Una multitud de vocablos que ahora empleamos habrá cumplido ya más de dos mil años, tal vez tres mil, y así nuestra "rosa" es la misma rosa que pronunciaban los invasores romanos en latín, y nuestro "candor" ha llegado también con las mismas letras desde allí. Y son palabras prerromanas, más longevas aún, "galápago", "barro", "berrueco". Algunas se nos muestran todavía en ese estado puro, otras se han ido transformando. Unas cambiaron en su camino desde la lengua del imperio de Roma, otras hicieron un recorrido tal vez más largo y sinuoso para llegar con el griego; unas cuantas pervivieron desde la conquista de los godos, y aún quedan las que guardan en sus sílabas un origen incierto, y muchas otras se vistieron con la fonética peninsular, pero abrigada en ella aún se ve su estirpe árabe, algunas navegaron desde América hasta la península Ibérica para establecerse en el español de los dos lados del mar. No todas las palabras han evolucionado por igual, ni acumulan las mismas experiencias, ni disponen del mismo espacio en los confines del pensamiento, aun siendo su lugar casi siempre inconmensurable; pero todas han establecido entre sí durante cientos de años unos vínculos inasibles, que exceden sus definiciones particulares y sólo pueden transferirse al completo cuando se comunican las conciencias.
Álex Grijelmo, La seducción de las palabras
Como hemos visto en unidades anteriores el origen del castellano está en el latín, así que no es de extrañar que la mayoría de las palabras de nuestro idioma procedan de esta lengua clásica (
rosa,
candor, tal como cita A. Grijelmo en el texto que acabas de leer). A estas palabras heredadas desde el latín, les denominamos
voces patrimoniales, pero no son las únicas que forman parte del rico caudal léxico del español. En esta unidad vamos a estudiar, precisamente, las diversas procedencias de palabras que han ido enriqueciendo (y enriquecen todavía hoy) nuestra lengua: los
préstamos lingüísticos.