Más que palabras IV
Teatralidad y dinamismo en el Don Juan Tenorio de Zorrilla
DON JUAN: Cálmate, pues, vida mía; reposa aquí, y un momento olvida de tu convento la triste cárcel sombría. ¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor? Esta aura que vaga llena de los sencillos olores de las campesinas flores que brota esa orilla amena; esa agua limpia y serena que atraviesa sin temor la barca del pescador que espera cantando el día, ¿no es cierto, paloma mía, que están respirando amor? Esa armonía que el viento recoge entre esos millares de floridos olivares, que agita con manso aliento, ese dulcísimo acento con que trina el ruiseñor de sus copas morador llamando al cercano día, ¿no es verdad, gacela mía, que están respirando amor? Y estas palabras que están filtrando insensiblemente tu corazón, ya pendiente de los labios de don Juan, y cuyas ideas van inflamando en su interior un fuego germinador no encendido todavía, ¿no es verdad, estrella mía, que están respirando amor? Y esas dos líquidas perlas que se desprenden tranquilas de tus radiantes pupilas convidándome a beberlas, evaporarse a no verlas de sí mismas al calor, y ese encendido color que en tu semblante no había, ¿no es verdad, hermosa mía, que están respirando amor? ¡Oh! sí, bellísima Inés, espejo y luz de mis ojos; escucharme sin enojos como lo haces, amor es; mira aquí a tus plantas, pues, todo el altivo rigor de este corazón traidor que rendirse no creía, adorando, vida mía, la esclavitud de tu amor. |
DOÑA INÉS Callad, por Dios, ¡oh don Juan!, que no podré resistir mucho tiempo sin morir tan nunca sentido afán. ¡Ah! Callad, por compasión, que oyéndoos me parece que mi cerebro enloquece y se arde mi corazón. ¡Ah! Me habéis dado a beber un filtro infernal sin duda, que a rendiros os ayuda la virtud de la mujer. Tal vez poseéis, don Juan, un misterioso amuleto, que a vos me atrae en secreto como irresistible imán. Tal vez Satán puso en vos su vista fascinadora, su palabra seductora y el amor que negó a Dios. ¿Y qué he de hacer, ¡ay de mí!, sino caer en vuestros brazos, si el corazón en pedazos me vais robando de aquí? No, don Juan; en poder mío resistirte no está ya; yo voy a ti, como va sorbido al mar ese río. Tu presencia me enajena, tus palabras me alucinan, y tus ojos me fascinan, y tu aliento me envenena. ¡Don Juan! ¡Don Juan! Yo lo imploro de tu hidalga compasión: o arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro. |