Hemos de entroncar la historia de la Península Ibérica en la Edad Media con dos culturas que hemos estudiado en esta unidad: los visigodos que sustituyeron al Imperio Romano y el Islam, que llegó a nuestra península en el año 711, precisamente a ocupar el espacio visigodo.

Alrededor de 9000 musulmanes, en su mayoría bereberes, desembarcaron en Gibraltar y dos meses más tarde se enfrentaron con el ejército visigodo al que derrotaron contundentemente, probablemente en la batalla de Guadalete. La expansión de los musulmanes por la actual Andalucía fue muy rápida y sin apenas oposición, Tariq, el comandante de las tropas entró en Córdoba sólo tres meses después y al mes siguiente tomó la capital del reino visigodo: Toledo.

Al año siguiente, una nueva oleada de 18.000 musulmanes, esta vez de origen árabe en su mayoría, llegó a la península con Musa, el gobernador del norte de África, consolidando así el dominio sobre su mitad sur en apenas dos años. En el 714, Zaragoza capituló sin resistencia; en el 718 conquistaron Pamplona y siguieron su expansión hacia el norte, pasando los Pirineos hasta que fueron derrotados en Toulouse, aunque permanecieron en la Aquitania francesa.

Un avance tan rápido se vio favorecido, entre otros factores por:

• La población autóctona no opuso demasiada resistencia, ni el pueblo ni los nobles ni los judíos cansados del dominio visigodo que, por otra parte no estaba cohesionado y mantenía luchas internas desde hacía tiempo.
• Las facilidades para mantener la religión cristiana o judía y las posesiones a cambio de un impuesto favorecieron no solo la aceptación de los invasores sino la conversión al Islam de no pocos autóctonos para evitar precisamente el pago de los impuestos.

La cordillera Cantábrica, en Asturias y Cantabria, había permanecido hostil a las distintas dominaciones, luchando contra los romanos, los visigodos y, ahora, contra los musulmanes.